La mañana del 21 de septiembre de 2001, la ciudad de Londres bullía en actividad, como toda gran urbe. Un ocupado transeúnte llamado Aidan Minter, quien se dirigía a una reunión de negocios, pasó por el puente Tower, justo a un lado del Teatro Globo, donde William Shakespeare presentaba sus obras. De súbito, vio un bulto flotar en el río Támesis. En un principio creyó que se trataba de un paquete, pero al observar con más detenimiento se percató de algo aterrador: se trataba de un torso humano, con unas bermudas anaranjadas.

De inmediato dio aviso a las autoridades, descubriendo uno de los crímenes sin resolver más escalofriantes de lo que va del siglo XXI en Inglaterra.

Nick Chalmers, el detective asignado al caso, comenzó a investigar, revelando asuntos bastante tétricos: el torso pertenecía a un niño de color de entre 4 o 7 años, le administraron veneno y fue cercenado con una precisión extrema. Los forenses hallaron hierbas y brebajes en su cuerpo, y además le drenaron la sangre. ¿Quiénes habían sido capaces de semejante brutalidad?

La investigación se dio apenas unos días del atentado del 11 de septiembre, por lo que en algunos lugares del mundo no recibió merecida atención mediática. Scotland Yard, la sagaz policía inglesa, decidió bautizar al niño como ‘Adam’ y comenzaron una ardua investigación.

CASO SIN RESOLVER

Las indagaciones fueron en aumento, a la par de los misterios.

Se llegó a la conclusión que el niño fue víctima de un ritual de magia negra, y era muy factible que detrás de aquel macabro embrollo hubiese una red de tráfico de menores africanos que llegaba a la capital británica. Además, entre julio y septiembre de 2001 desaparecieron 3 centenares de menores, quienes arribaban con documentación ilegal.

Supuestamente, el infanticidio de ‘Adam’ otorgaría al perpetrador unos poderes ilimitados en un ritual conocido como ‘Muti’. Además, se concluyó que el pequeño murió a causa de cortes en el cuello, y sufrió en vida. Parecía una historia de ficción protagonizada por Sherlock Holmes, gran detective literario de aquel país, o una novela de Agatha Christie.

Tras analizar la osamenta, Scotland Yard supo que en su cuerpo hallaron arcilla, vegetación, oro y cuarzo. Además, el cuerpo era del altiplano nigeriano de Yoruba. Sin duda, ‘Adam’ pasó pocos días en Reino Unido, de modo que Scotland Yard mandó a su equipo de investigación a África para descubrir el infame crimen. Corría el año 2002.

Tras hacer escala en Sudáfrica, los detectives fueron entrevistados por Nelson Mandela, quien hizo un llamado a la familia del niño y a los responsables. Sin embargo, no había respuesta.

En verano de 2003 detuvieron a un grupo de nigerianos, entre quienes se encontraba una mujer llamada Joyce Osagiede, quien aseguró tener información al respecto. Aseguró que el niño se llamaba Ikponmwosa y también Patrick Erhabor. Por desgracia, su declaración resultó muy dispersa y poco coherente, por lo que la policía la descartó.

Otro arrestado fue un hombre llamado Kingsley Ojo, quien tenía cargos de tráfico de personas y uso de documentos falsos; pero su ADN no coincidía, de modo que fue sentenciado a 4 años de cárcel; sin embargo, por los delitos antes mencionados, no por el asesinato de ‘Adam’. Lo cierto es que él ha ayudado en la investigación.

El caso sigue abierto y la policía británica no ha revelado más. Uno de los mejores libros del caso es ‘The boy in the river’ escrito por el gran criminólogo Richard Hoskins.

Hoy en día, ‘Adam’ está enterrado en el cementerio de Southwark, esperando justicia.

Terminamos el 2021 con uno de los casos más oscuros del siglo. Solo queda agradecer a las y los lectores quienes a lo largo de 3 años han apoyado a esta columna. El 2023 seguiremos abordando más crímenes, y por supuesto, más historias de gente que lucha por investigarlos y sobre todo, prevenirlos.

¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!