Dos años después de haber sido suspendida por las restricciones impuestas por la pandemia del Covid-19, la Pasión de Cristo volvió a celebrarse en templos de la ciudad, donde miles de familias volvieron a reunirse para recordar el sacrificio del Hijo de Dios.

La celebración, con la cual la Iglesia Católica recuerda la pasión y muerte de Jesucristo, ocurrió una vez más, pero en esta ocasión con las personas usando cubrebocas, como una muestra que la pandemia se mantiene vigente.

El viernes Santo en la ciudad amaneció fresco y conforme el día avanzo, el bullicio de la gente tomó las calles de la ciudad, en especial las que conducen a los templos de San Roque, la Compañía, San Sebastián, Cata y Marfil.

Es en estos lugares de culto donde la gente por tradición o costumbre suele reunirse en mayor cantidad para tomar parte en esta celebración eucarística, especialmente las familias que una vez más pudieron estar en ella.

En los citados templos, la gente llegó en grandes cantidades y se aprestó a presenciar con fe y devoción, la ceremonia religiosa con la cual se recuerda el pasaje bíblico, considerado el más importante de la Iglesia Católica.

La actividad inició poco después de las 10:00 de la mañana en el templo de Compañía, donde miles de personas, entre creyentes y la congregación de cargadores dieron forma a la tradición, también conocida como las Tres Caídas.

Este templo, ubicado en plena Zona Centro destaca la presencia de cientos de hombres y mujeres que formaron parte de la congregación de cargadores, quienes en grupos cargan en sus espaldas las pesadas andas donde se colocan las figuras de Jesús, la Virgen María, María Magdalena, Simón de Sirene, entre otros.

Y se requiere de la fuerza de al menos 50 hombres para cargar las andas con la figura de Jesús de Nazaret, quienes por convicción propia han decidido llevar a cabo esta práctica, que en algunos casos supera ya dos o tres décadas.

Otra de las iglesias donde la gente suele concentrarse en gran cantidad es en San Sebastián, donde un grupo de personas dan forma a la tradición y lograr escenificar con gran calidad, la pasión y muerte de Jesús.

Entre todos ellos destaca el caso del joven Manuel de 21 años que realiza el papel de Jesús y carga por casi una hora y media una pesada cruz, mientras recibe los azotes de los soldados romanos.

Junto con el resto de las personas que interpretan a todos y cada uno de los personajes que la historia nos ha enseñado, se esmeran en su labor y logran despertar los sentimientos de los asistentes.

Mientras el viacrucis avanza y se acerca el momento de la pasión y muerte del Hijo de Dios, las personas se adentran en la celebración, algunas derraman lágrimas y hasta los niños con voz baja piden que ya no le peguen a Jesús, cuando éste es víctima de los azotes.

Al final llegó el momento de la crucifixión y muerte, ante la mirada de la Virgen María y las mujeres que la acompañan y el sufrimiento de ella es replicado por los más pequeños que preguntan a sus mamás con tristeza porque matan al Nazareno.

Con la muerte de Jesús llega a su final la celebración y la gente comienza a retirarse, mucha de ella con la melancolía y la incertidumbre en el rostro que demuestra el profundo sentimiento religioso que guardan personalmente.

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