La construcción de la bomba atómica y el Proyecto Manhattan fue un momento en la historia del siglo XX que tiene infinidad de aristas y anécdotas, desde la vida y obra de la mente maestra, Robert J. Oppenheimer (ahora más famoso que nunca gracias a la película de Christopher Nolan) y cada una de las 125,000 personas que colaboraron en Los Álamos… entre ellas, espías que filtraron información a Rusia, cometiendo serios crímenes para años después ser juzgados y condenados.
Esta semana, recordaremos dos casos de espías atómicos: Klaus Fuchs y Theodore Hall.
De entre toda la gama de crímenes que se han narrado en este espacio, el del espionaje es particularmente interesante. Al respecto, el ejecutivo de rango superior de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) Mark Kelton, señala en el documental ‘Los espías de la guerra’:
“La cuestión es por qué alguien se hace espía. Qué significa para él. Cuando alguien decide traicionar a su país es evidente que se trata de una decisión significativa, quien hace algo así tiene un ego considerable. A veces se consideran invulnerables, y otras creen que tienen una misión en el mundo”.
Un caso así fue el de Theodore Hall, el miembro más joven del Proyecto Mahnattan, con apenas 19 años. Hijo de una ama de casa y un peletero, entro a Harvard a los 16 años y se sintió fascinado por las ideas comunistas, siendo reclutado por la Unión Soviética antes de que fuese seleccionado para trabajar con Oppenheimer. Poco a poco, pasó información que le sirviera a Rusia, que aunque era país aliado no dejaba de ser competencia de Estados Unidos para crear la bomba. A Hall le preocupaba que los secretos de la fisión nuclear estuvieran en manos de un solo país, además que, debido a su juventud y su inteligencia privilegiada, le parecía muy emocionante ser agente doble.
En 1950 Hall estudiaba su doctorado en Chicago. Fue entonces cuando el FBI lo buscó para acusarlo por crímenes de espionaje. Estuvo a punto de ir a la cárcel, pero la suerte lo favoreció: si lo acusaban, los agentes debían hacer públicos secretos que para ese entonces estaban clasificados. Murió tranquilamente en 1999 y nunca pisó la cárcel.
DE LOS ÁLAMOS A LA CÁRCEL
Diferente fue el caso de Emil Julius Klaus Fuchs, quien tiene una aparición secundaria en la película de Nolan, pero en la vida real su papel como espía fue crucial.
Fuchs era hijo de padres antinazis, por lo que su familia emigró a Inglaterra. Como muchos científicos brillantes, argumentaba que la información relacionada con la bomba atómica pertenecía a la humanidad y era universal, por lo que no le fue difícil convertirse en espía de los rusos.
Sacar información en el Proyecto Manhattan no era fácil. Se controlaba la correspondencia, se vigilaban las conversaciones, las llamadas eran intervenidas y nunca se usaban palabras como “bomba”, sino el eufemismo “aparato”. Pese a todo, Fuchs formó parte de una red de espionaje que filtró información muy valiosa para los rusos, proporcionando datos como la cantidad de plutonio y cálculos matemáticos, pues ya era espía cuando lo invitaron al proyecto, además que tenía memoria fotográfica. El santo y seña para pasar información era sencillo: Fuchs salía a un bar y esperaba a un hombre que le dijera “La cerveza negra no me gusta, prefiero la Lager”. Él respondía: “Me gusta más la Guinness”. Así entendían que era la clave para intercambiar secretos.
En 1949, Fuchs radicaba en Inglaterra, cuando la MI5, agencia de seguridad británica, lo interrogó cuando su nombre salió a la luz. Como era de esperarse fue juzgado y sentenciado a 14 años de cárcel. Tras cumplir su condena, se mudó a Alemania Oriental, y fue condecorado. Se jubiló en 1979 y murió 9 años después.
Hoy en día, conocemos lo que ocurrió en Hiroshima y Nagasaki aquel 6 de agosto de 1945. El aterrador hongo atómico es una imagen que ningún secreto puede ocultar.