En tiempos actuales, la primavera sigue su curso y con ella, el calor, que cada día es más intenso. Seguramente, a muchos se nos antojará un delicioso helado, que asociamos con recuerdos de la niñez: las vacaciones, la diversión… pero de ninguna forma, el asesinato, el crimen organizado o la mafia.
Durante los años ochenta, en Glasgow, Inglaterra, los grupos delictivos de aquel entonces se valieron de un inusual modus operandi: carritos de helado, donde guardaban objetos ilegales e incluso, propiciaban balaceras. Lo que parece la estrafalaria trama de algún cómic de Batman con el Señor Frío por villano principal, fue completamente verídico y se le conoce con el nombre formal de ‘Glasgow Ice Cream Wars’ o ‘Las Guerras de Helado de Glasgow’. La documentación al respecto es variada y extensa.
Esta es la historia de cuando ser vendedor en carritos se convirtió en un riesgo.
De los años sesenta del siglo XX, hasta inicios de los ochenta, la gente de Glasgow daba mucha importancia a los carritos de helado. No solo para amortiguar el calor, sino para conseguir bienes como papel higiénico y medicina. Fue así como el negocio se dividió en dos: el que controlaban los Campbell, y el de los hermanos Marchetti. Hasta aquel momento todo parecía la competencia habitual entre dos marcas, pero el problema creció de forma desmedida cuando se empezó a vender, entre nieves napolitanas o de pistache, armas, droga o bienes robados. Por si la situación no fuese bastante grave, después llegarían los ‘Frighteners’ quienes, como su nombre en inglés lo indica, eran mafiosos que se dedicaban a asustar e intimidar, rompiendo cristales, amenazando con cuchillos o disparando a diestra y siniestra, pero sobre todo, a los parabrisas de los carros.
Los detectives a cargo eran la ‘Serious Crimes Squad’ (o Escuadrón de Crímenes Serios) pero la gente de Glasgow, con ese humor británico tan dado al sarcasmo y los juegos de palabras, los llamaba ‘Serious Chimes (‘campanitas’)’ en referencia al sonido que emiten dichos vehículos.
La violencia escaló más y más, pero la población de Glasgow toleraba de mala gana todo. Como muchos ciudadanos que enfrentan día con día el crimen organizado, preferían ver y callar, sin meterse en problemas. Sin embargo, hubo un hecho que por su inusitada violencia cambió la percepción de la gente.
EL INCENDIO
Entre los vendedores a bordo de carritos de helado estaba el trabajador de Marchetti, Andrew Doyle, apodado ‘Fat Boy’, quien fue presionado para participar en las guerras y nunca dio su brazo a torcer, pues era un íntegro hombre de familia.
El 16 de abril de 1984 la mafia decidió escarmentarlo. Quemaron su casa con toda su familia adentro, matando a 6 personas, entre ellas su hijo, un bebé de año y medio. La indignación de los ingleses no se hizo esperar: comenzaron marchas y manifestaciones, exigiendo a las autoridades poner un alto a la violencia y la disputa territorial. Los carritos de helado, tan iconicos durante la década de los ochenta, eran para la ciudadanía sinónimo de miedo, pero sobre todo, de indignación.
Tras la confesión de un raterillo menor de nombre William Love, la policía capturó a los responsables: Thomas Campbell y Joe Steele. La gente estaba furiosa, así que los dos fueron condenados a cadena perpetua.
Steele y Campbell se declararon inocentes hasta el último momento, jurando que solamente querían asustar al heladero y apelaron varias veces, incluso haciendo huelgas de hambre. Hasta el día de hoy, todo indica que fueron chivos expiatorios de la indignación social, pues hubo muchos errores judiciales durante el caso y tiempo después se supo que Love había mentido en su declaración. En 2004 salieron libres y hasta el momento el asesinato de la familia Doyle sigue sin resolverse.
Aunque hay documentales y libros del tema, el caso se fue olvidando, y de esa forma, la guerra de los helados se derritió.