Es el concepto al que se refirió el día de ayer, el gran historiador mexicano Enrique Krauze, cuando señala lo que hace desde hace cinco años el presidente de México, López Obrador. Todos los días, todos los días AMLO difama, calumnia, miente y se dedica a denostar a todos los mexicanos por igual, hasta los pobres. Nadie se salva de la boca lepera y asesina de un mandatario lleno de amargura, resentimiento y odio. Enganchado en el pasado de su pobreza familiar, profesional, política y cultural.

Agresión, tras agresión es lo que llevamos escuchando por parte del mandatario nacional. Seguramente, cultivado tanto odio por las agresiones que recibió en su niñez, en el seno familiar, en su entorno social y evidentemente en su mediocre carrera política en sus orígenes tropicales, donde vivía de tomar carreteras y pozos petroleros para chantajear a las autoridades estatales y federales. Lo que se conocía cómo un vulgar agitador y marrullero social y político.

Un auténtico trepador de la política, que se forjó como priista en sus orígenes partidistas, después cómo tránsfuga del PRI, al no lograr una posible candidatura a un puesto de elección y desembocar en el PRD, de nueva cuenta tránsfuga, al no poder imponer su voluntad, ahora del perredismo, hasta crear su propio partido MORENA y alcanzar el clímax político-electoral y encumbrarse a ser el presidente de México. Siempre de manera agresiva y despectiva hacia aquellos que no coincidían o pensaban como él.

La palabra calumniosa desde el poder ha destruido el tejido social de nuestro país, al grado de verse los propios mexicanos con sus pares, como enemigos y lo peor de todo, hacer creer a los pobres que su situación y marginalismo obedece al sometimiento de las clases medias y altas a los que menos tienen. En pocas palabras, la culpa de ser pobre en México es por obra de los estratos sociales medio y alto. Y claro está, los partidos corruptos y conservadores del PRI y el PAN, condenaron generacionalmente a millones de familias pobres.

Ese ha sido el discurso disruptivo y destructivo de un personaje lleno de odio y rencor, que ahora que alcanzó el máximo poder en el país, se ha convertido en un monstruo de la mentira y la calumnia, con el discurso de la transformación de México, que más bien, ha sido la destrucción del país, de las instituciones y del pueblo. Ha convertido la corrupción e impunidad, en un modelo administrativo de políticas públicas, donde las malas prácticas escalan los ámbitos estatales y municipales con descaro y desparpajo.

En el ámbito privado, la escalada de impunidad y falta de aplicación a la ley es el día a día de millones de profesionistas, pequeños y medianos empresarios, que solo les importa quién les ayude a burlar las disposiciones legales, al fin de cuentas, no les vengan con que la ley, es la ley, como dice López Obrador. El país es tierra de nadie, ensangrentado a lo largo y ancho, imposible de transitar por las carreteras, sabedores de que la nueva ley y autoridad con licencia para matar, está en manos de los narcos.

El crimen organizado y el crimen desorganizado que representa el presidente y su gobierno, han mermado todos los estamentos de la sociedad y las instituciones plagadas de malas prácticas y abusivos burócratas, que se saben impunes para hacer y deshacer, al fin y al cabo, “no pasa nada” porque sencillamente, no hay autoridad, ni ley, ni nada que ponga orden, porque primero son los pobres. Es un tema de estrategia política, ya lo dijo AMLO, “ayudando a los pobres, va uno a la segura, porque ya saben, que cuando se necesite defender la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos”.

El presidente nos trata como enemigos, nos asesina verbalmente todos los días dividiéndonos y agrediéndonos. No lo merecemos. De lo contrario, como lo dijo Krauze, la discordia, es el paso previo a una guerra civil.

¿No cree usted?