El robo de trenes durante el siglo XIX, (siendo el salvaje oeste norteamericano uno de los escenarios más constantes) fue un crimen que se convertía en noticia que perduraba en la mente y boca de la gente durante días e incluso meses. El cine nos ha brindado escenas memorables, desde la película muda ‘The great train robbery’ de 1903 hasta clásicos como ‘Volver al futuro III’. Lo cierto es que este tipo de crimen está muy bien documentado en los libros de historia, y los casos se extienden desde el viejo oeste hasta el estado de Guanajuato.
En los tiempos del ‘wild, wild west’, hubo varios forajidos que se dedicaron tanto a los saqueos en los pueblos como la actividad ilícita que nos ocupa, lo que era habitual, ya que los trenes fueron parte fundamental de la vida cotidiana en el siglo antepasado, y transportaban prácticamente todo, desde pasajeros acaudalados hasta carbón y oro.
Los nombres de los forajidos protagonizaron historias que se contaban desde las cantinas hasta las posadas, entre suelo terregoso y estepicursoras rodando. Jesse James, sin duda, fue uno de los más temidos, junto con Butch Cassidy y Bill Minner, a quien se le atribuye la creación de la frase “¡Manos arriba!”
Pero todo tiene un inicio, y el primer robo de trenes ocurrió el 6 de octubre de 1866, a manos de los hermanos John y Simeon Reno, llevándose 13 mil dólares de un convoy de Ohio y Mississippi en el condado de Jackson, Indiana.
Como es obvio, ya había ocurrido robos previos, pero todos eran menores, y cuando el vehículo se detenía para cargar carbón y madera o bien, cuando los pasajeros descendían. Los Reno realizarían un trabajo criminal más elaborado y sobre todo, en movimiento.
Aquel día, los Reno, en complicidad con otro ladrón de nombre Frank Sparks, abordaron el tren. Fueron a la locomotora y amenazaron al maquinista, llevándose el contenido de la caja fuerte. Lo que hizo a este hecho famoso en todo el oeste fue que se trataba del primer crimen acontecido en tiempos de paz, pues había concluido la Guerra Civil Estadounidense. El que el acto delictivo ocurriera en terrenos desérticos e inhóspitos, permitía que no hubiera ni policías ni testigos, por eso muchos delincuentes imitarían esta acción, que se extendería por doquier.
Los Hermanos Reno, asociados con otros bandoleros, fueron perseguidos por la Agencia Pinkerton, la primera sociedad de detectives privados de la historia, pero sobre todo, por una multitud furibunda que ya los tenia hartos de sus fechorías y los quería linchar.
OTRO CASO
El tren fue un vehículo esencial durante el porfiriato, y como era de esperarse, también ocurrió un robo en nuestro estado, concretamente en San Francisco del Rincón. Así lo registra el libro ‘El ferrocarril en San Francisco del Rincón’, (publicado de forma acertada en el marco de los festejos de aniversario la ciudad) de Jesús Verdín, destacado cronista.
El 2 de marzo de 1866 ocurrió un descarrilamiento y asalto en la estación de San Francisco. El hecho de que la empresa afectada tenía su sede en Boston, hizo que Estados Unidos presionaran en cuestiones diplomáticas, por lo que Porfirio Díaz tuvo que intervenir. Para la época, se trató de un crimen mediático de inmensas proporciones, que se publicó en el Periódico Oficial del Estado. Fue el general Felipe Berriozábal el comisionado para investigar el caso, quien realizó un trabajo exhaustivo.
Los hechos incluso aparecieron en prensa estadunidense, donde se aclara que el crimen, aunque indignante, no fue tan violento como sí ocurría en su país, donde incluso se dinamitaban puentes. Por desgracia, no hay información registrada si se descubrió al culpable o no.
Los robos a trenes continuaron durante todo ese fascinante periodo que fue el último tramo del siglo XIX. Aunque proliferaron los delincuentes, siempre hubo quienes los mantuvieron a raya, desde Berriozábal hasta los eternos y casi omniscientes alguaciles.